El Presidente estaba solo en la habitación del piso 6 del lujoso King David, con vista al Monte Sion. En ese mismo hotel, en Jerusalén, se alojaron reyes exiliados, los Rolling Stones y los presidentes extranjeros invitados por el Estado israelí. La paz que Milei había encontrado en el Muro de los Lamentos, entre llantos y rezos, comenzaba a ser algo del pasado. El teléfono no paraba de sonar. En la Argentina eran las 19:15 del martes. En Israel, la 1:15 del miércoles. Sus colaboradores tenían la orden de despertarlo si había que tomar decisiones importantes.
En el Congreso todo era alboroto y confusión. Estaba por terminar un cuarto intermedio, que debía ser de 15 minutos, pero ya llevaba 45. Ese caos que ponía en riesgo sus medidas, terminó por derrumbar, además del proyecto, la calma de Milei.
—¡Se los dije! -gritó- ¡Yo se los dije!
Los legisladores principales del oficialismo y de la oposición estaban reunidos en una sala contigua a la presidencia de la Cámara de Diputados con Santiago Caputo, el principal asesor presidencial. La Ley Ómnibus, que el 27 de diciembre había ingresado al Congreso con 664 artículos y que el 2 de febrero obtuvo media sanción en general con 224, se desmembraba aun más. Caputo llamó a Milei antes de terminar el impasse legislativo. “Ya está, así no nos sirve”, acordaron. Oscar Zago, el jefe de bloque mileísta, salió a escena y anunció que el megaproyecto volvía a comisión. Se sabría al rato que ya no iba a tratarse por determinación del jefe de Estado.
Los gobernadores no tardaron en salir a criticar la decisión de Milei y muchos diputados, algunos con buena voluntad, pensaron que se podía empezar de cero. En cambio, para los legisladores de La Libertad Avanza casi que se trató de un alivio. No puede decirse del todo que haya sido una sorpresa para ellos. El ministro del Interior, Guillermo Francos; el mismo Caputo; Zago y el titular de la Cámara baja, Martín Menem, habían recibido una única directiva de Milei antes de su viaje a Israel. “Nos van a mirar el punto y la coma -les dijo-. Estos tipos funcionan así. Ya sacamos el capítulo fiscal y fue nuestra última concesión. No me pidan nada más. No quiero que me llamen para decirme que se cae un artículo. Prefiero que volteemos la ley”.
Milei no quería aparecer cediendo ante “la casta”. Lo había insinuado durante dos semanas. “No perdimos, ganamos”, les dijo desde Israel a sus ministros cuando se cayó la sesión. Varios de ellos transmitieron en off the record a los periodistas esa particular lectura de los hechos.
Nadie aferrado a la verdad más estricta podría dar crédito a esa visión. De otra forma: ¿por qué se sostuvo entre el viernes, cuando se votó la ley en general, y el martes, cuando se trataron los artículos, que el Gobierno había ganado una batalla? ¿Por qué le pidieron entonces la renuncia al jefe de la ANSeS, Osvaldo Giordano, y a la secretaria de Minería, Flavia Royón? No hubo éxito, como planteó el oficialismo. Hubo reacomodamiento del relato. Es lo que hacen todos los gobiernos cuando algo no sale como se pensaba.
Tampoco podría explicarse, de haberse tratado de una victoria, el enojo de Milei. En las conversaciones privadas reaccionó con insultos dirigidos a los opositores, algo que después hizo público: los llamó “traidores” “delincuentes” y “corruptos”. Eso sí: se privó de tomar decisiones en caliente, como con la salida de los funcionarios rebeldes, a los que acusó de ser cómplices de los gobernadores.
Lo que apareció rápido fue una lista negra con los apellidos de los diputados que se pararon en la vereda de enfrente, incluso los de quienes -como Carolina Píparo- hasta hace poco hablaban maravillas de la nueva administración. Esa nómina estaba confeccionada desde antes de que naufragara el proyecto. Uno de los mileístas más activos se lo hizo saber a varios legisladores en los días previos. “De un lado están los aliados y del otro los traidores. Tenemos los nombres para cuando haga falta”, informó.
“Milei te escracha, te hace visible y te pone a la gente en contra porque todavía tiene una mayoría que lo apoya”, dice un diputado con muchos años en su banca, que votó de modo negativo. No es de los más populares, pero sí es de los que mejor conoce los vericuetos del Congreso y de los más consultados por el establishment.
“Te ven vestido de traje saliendo de una sesión y te putean por las dudas”, afirma. Lo cuenta con un tono de exageración, pero revela que le ocurrió días atrás: salía a la calle cuando un grupo de personas lo reconoció. Una de ellas lo insultó con acusaciones muy parecidas a las que los libertarios suelen reproducir en la red social X.
En una Casa Rosada con menos actividad de lo normal por la ausencia del jefe, en los despachos apuntaban que el plan oficial no tendrá alteraciones. Los objetivos inmediatos son: déficit cero, levantar el cepo cambiario, consolidar el Gabinete y acumular reservas. Detrás de todo está la meta que marcará lo que Milei apuesta a que sea la gloria de su gestión: la baja drástica de la inflación.
Si eso ocurriera, y siempre que en el medio no se produjera un tembladeral en los mercados, Milei apostará a mantener vivo el debate por la dolarización de la economía. Es innegociable, dicen a su lado, para contrarrestar a quienes hoy suponen que no es viable. “Estamos a un paso”, dijo ayer Milei en radio Mitre. Podría estar siendo pensada para 2025. Justo a las puertas del año electoral. Quizá sea una de las consignas más fuertes. A La Libertad Avanza le dio réditos en la contienda que condujo hacia Balcarce 50.
Milei se propone patear el tablero del sistema, pero, aunque ataca con vehemencia a quienes se oponen a sus iniciativas, intentará desde su regreso reforzar el núcleo duro del Gobierno. Otro cambio que explica la derrota. El operativo se inició en los días previos a la gira y cobró fuerza durante su estadía en Israel y Roma. Habló largamente con Mauricio Macri 48 horas antes de que se cayera la Ley Ómnibus y luego extendió la charla vía WhatsApp. “Llegó la hora de converger”, coincidieron en esos intercambios. Ambos estaban furiosos con la oposición dialoguista que les dio la espalda y acordaron un encuentro en persona para esta semana.
No es cierto que Macri le haya quitado apoyo o que haya condicionado con nombres de dirigentes una posible coalición gubernamental. El fundador del PRO aguardaba un gesto público del Presidente para avanzar en una alianza formal. Ese gesto se concretó ayer, cuando Milei sentenció: “El acuerdo con el PRO se dio de modo espontáneo y natural después de la elección y, en los hechos, en la Cámara de Diputados. Fluye hacia eso. Nos llevamos muy bien”.
En los diálogos Macri-Milei no se habló de cargos. Solo una vez, apenas pasada la elección, Macri le aconsejó que designara a Cristian Ritondo como presidente de la Cámara de Diputados. “Me gusta mucho Cristian”, le dijo Milei, pero se inclinó por Martín Menem.
Patricia Bullrich está en la misma postura. La ministra de Seguridad juega fuerte. “Ya estamos en el Gobierno, ahora tenemos que ser poder”, propone. Está por verse qué hará el ala menos intransigente del PRO. Horacio Rodríguez Larreta, por ejemplo. Ignacio Torres, el gobernador de Chubut, y Rogelio Frigerio, de Entre Ríos, ven con buenos ojos una convergencia.
Macri y Bullrich manejan el sello del PRO. El 19 de marzo, de hecho, habrá elecciones internas y Macri será candidato a conducir el partido. Tiene el apoyo de 20 provincias. Bullrich, aunque no está en su mejor momento con él, negociaría para que su gente vaya en la misma lista.
Cristina Kirchner observa esos movimientos con mucha atención. Si se desangra la llamada oposición racional y el macrismo avanzara hacia un acuerdo con el Gobierno, ¿quién quedaría del lado opuesto? ¿Qué espacio político, si no el peronismo, se perfilaría como la opción de gobierno si la inflación se volviera incontrolable o si la gobernabilidad estuviera en peligro?
Aun con todas sus cuentas pendientes en la Justicia, el peronismo a la deriva y la herencia fatal que dejó Alberto Fernández, Cristina, de tanto en tanto, sonríe. Sonríe y espera.