Pasaron las felicitaciones, las palmadas en el hombro, las fotos compartidas con presidentes afines, los aplausos y premios como el de “campeón de la libertad económica”. El presidente Javier Milei volvió de su paso por Estados Unidos, donde reforzó su cercanía estratégica y política, ahora con su poderoso aliado Donald Trump en la Casa Blanca.
¿Cómo sigue, de aquí en más, el vínculo del Gobierno con la primera potencia mundial? ¿Traerá beneficios inmediatos? ¿Y qué ocurrirá con otros polos de poder nada conformes con ese flamante maridaje como China, la Unión Europea y Brasil en el seno del Mercosur?
Diez días después de la asunción de Trump, el Gobierno acomoda su lista de deseos en su vínculo “estratégico” con Estados Unidos, más cómodo con los republicanos que con sus antecesores demócratas.
En la lista de proyectos y deseos en la relación con los Estados Unidos aparecen acuerdos, “exenciones” e inversiones en materia comercial. También, la Casa Rosada espera apoyo para las puntadas finales del acuerdo con el FMI y mayor intercambio de información y tecnología en Defensa y Seguridad.
Por último está el anhelo de avanzar con el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos como premio mayor.
Todas esas iniciativas forman parte del combo de expectativas que se reflejan en los despachos principales de la Casa Rosada, la Cancillería, y los ministerios de Economía, Seguridad y Defensa.
Está claro que, a pesar de que a Trump no le sobran aliados en la región, ni Milei ni sus colaboradores esperan que la colaboración en distintas áreas sea gratuita.
En la Casa Rosada descuentan que las condiciones son apoyo y gestos concretos en la batalla comercial con China; pistas de aterrizaje seguras para las inversiones norteamericanas y respaldo en los organismos internacionales, muchas veces en franca minoría. Esas son las “monedas de cambio” desde Washington, aunque los primeros contactos bilaterales hayan tenido mucho de protocolar y poco de pedido concreto.
El canciller Gerardo Werthein y su secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Luis María Kreckler, trabajan en silencio para que el TLC avance durante este año.
En paralelo, desde el Palacio San Martín y el Palacio de Hacienda se ilusionan con un “trato preferencial” por parte de Trump, quien durante su primera gestión en la Casa Blanca, que coincidió con el gobierno de Mauricio Macri, dejó fuera del pago de aranceles exportaciones como las de acero y aluminio. “Si lo hicieron con Macri, con más razón lo harán ahora”, afirman, y califican un eventual tratado bilateral como un “objetivo top”.
Recuperar el mercado norteamericano del biodisel, cerrado por Trump en 2016, es otro de los objetivos compartidos entre el Gobierno y los empresarios del sector.
El entusiasmo del Gobierno, reconocen fuentes oficiales, no es ni por asomo compartido por sus todavía socios del Mercosur. “Ahí hay un gran quilombo”, definen de modo coloquial cerca del Presidente, conocedores de la resistencia del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva a un acuerdo sin el aval de Brasil y los demás socios del bloque regional.
Pero la convicción presidencial, explicitada en distintos discursos durante su gira, es recorrer el camino del acuerdo, aún si una mayoría del Mercosur tuviera una postura irreductible.
En lo que hace a la deuda, en el Gobierno descuentan que el acuerdo con el FMI está “encaminado” luego de las reciente reuniones del ministro de Economía, Luis Caputo, con miembros del board del organismo internacional de crédito. Y señalan algunos “gestos” recientes hacia Washington: económicos, como la exclusión (por tener participación estatal) de la empresa china Shanghai Dredging del proceso licitatorio por el manejo de la Hidrovía, y políticos, como la oposición argentina en el seno de la Celac a una condena a las deportaciones de colombianos ilegales, ordenadas por el propio Trump.
También en ese organismo, regenteado por gobiernos de la actualemente devaluada Patria Grande, China tiene una influencia no menor.
En el Gobierno reconocen. además, que para Washington la competencia con China es clave, con “líneas rojas” imposibles de cruzar. Prometen estar “atentos” a la tecnología 5G para redes móviles, que Beijing intenta exportar a través de empresas ligadas al Estado chino, con la oposición de Estados Unidos.
La pesca ilegal de embarcaciones de ese país en el Mar Argentino y la base china en Neuquén, en su momento “inspeccionada” por miembros del gobierno, son otros dos puntos delicados en los que el Gobierno promete poner la lupa. “Igual ellos saben no podemos no tener comercio con China”, se ataja una fuente oficial, a tono con el acercamiento discursivo que Milei mostró con el gobierno chino en los últimos meses.
Cerca de los ministros Luis Petri (Defensa) y Patricia Bullrich (Seguridad) reconocen que la agenda compartida en esas áreas se reforzará en los próximos meses.
En el primer año de gestión libertaria se reforzó con viajes de intercambio, visitas de funcionarios, entrenamientos conjuntos e incluso compra de material bélico como los aviones caza F16 con autorización norteamericana.
Cautos, cerca de Bullrich sólo adelantan que están en marcha acuerdos futuros con el FBI y la Homeland Security que serán “muy beneficiosos para el país”.
La experiencia anterior de Bullrich-ministra de Seguridad durante el gobierno de Macri-es hoy otro activo en esa materia. “Los programas de cooperación en la lucha contra el narcotráfico en Salta y el terrorismo en la Triple Frontera se van a ampliar”, promete otro funcionario, al tanto de la transición que aún se vive en Washington, con funcionarios que recién empiezan a conocer la botonera que deben manejar.
¿Y los organismos internacionales? Argentina, coinciden los funcionarios, estará alineada con Trump en la ONU, la OEA y otros foros, ya que hay coincidencia en las críticas comunes al “globalismo”. Abandonar la OMS o el Acuerdo climático de París, como hizo Estados Unidos, llevará más tiempo, porque “no tenemos ni por casualidad la espalda que tiene Trump”, reconoce un funcionario con altas dosis de realismo.
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