Ser millonario en el mundo es, para muchos, sinónimo de éxito, visión y capacidad para generar valor. Representa la culminación de esfuerzos personales, toma de riesgos y una habilidad notable para adaptarse y prosperar en un entorno competitivo. En sociedades donde prevalecen reglas claras y economías dinámicas, los millonarios suelen ser percibidos como agentes de cambio, innovadores que no solo se benefician a sí mismos, sino que también contribuyen al desarrollo colectivo a través de inversiones, generación de empleo y creación de bienes o servicios que mejoran la calidad de vida. Este reconocimiento positivo está intrínsecamente relacionado con la confianza en el sistema económico y social que permite que la riqueza sea, en teoría, el resultado del mérito y la productividad.
En Argentina, sin embargo, ser millonario es un concepto teñido de contradicciones. En el imaginario colectivo, la riqueza en grandes magnitudes no siempre es vista como el resultado de la capacidad o el esfuerzo, sino como una acumulación obtenida a través de privilegios, ventajas indebidas o incluso de actos cuestionables. La narrativa predominante asocia a los millonarios con el oportunismo, la especulación o la simple herencia, más que con el ingenio o el mérito. Esta percepción tiene raíces profundas en las desigualdades estructurales, la falta de movilidad social y la recurrente inestabilidad económica que han caracterizado al país durante décadas. La riqueza no siempre genera admiración, sino desconfianza.
La diferencia fundamental radica en cómo cada sociedad entiende el origen de la riqueza. Mientras que en otros contextos los millonarios representan aspiraciones alcanzables y promesas de prosperidad compartida, en Argentina son muchas veces percibidos como beneficiarios de un sistema desigual o como figuras ajenas a las realidades de la mayoría. Esta visión, lejos de ser simplemente cultural, está profundamente influenciada por un entorno económico que castiga la inversión y la innovación, y por un relato social que no termina de reconciliarse con la idea de que la riqueza puede ser legítima y beneficiosa para todos.
Cuánto se necesita acumular para ser «millonario» en Estados Unidos y la Argentina
La riqueza siempre ha estado ligada al ideal de prosperidad y éxito al que muchos aspiramos, un concepto que podríamos vincularlo con el famoso «sueño americano». Según la revista Forbes, un millonario es quien posee entre 1 y 999 millones de dólares, una cifra que simboliza el logro de la independencia financiera y el acceso a una vida plena de oportunidades. Sin embargo, como era de esperarse, el paso del tiempo, junto con la inflación y los desequilibrios macroeconómicos, ha erosionado el valor de ese sueño. Desde 1970, cuando el sueño americano se consolidaba como una idea global, el millón de dólares ha perdido gran parte de su poder adquisitivo y, en 2024, equivaldría a aproximadamente u$s7.938.218 millones ajustado por la inflación américana desde 1970 a 2024.
En 2024, para ser considerado milonario en EE.UU. se necesitarían u$s7.938.218 M
Muchas veces el argentino suele juzgar al millonario, pero esta mirada crítica rara vez se extiende hacia los políticos que alcanzan niveles de vida equiparables o incluso superiores. No se cuestiona cómo lograron acumular su fortuna ni se revisan las acciones que pudieron haber facilitado esa posición, sean legítimas o no. En contraste, los empresarios, quienes tienen el potencial de beneficiar al resto de la sociedad a través de la generación de empleo y la inversión, son frecuentemente castigados. Se enfrentan a impuestos elevados, dificultades para contratar, trabas burocráticas y presiones como sobornos sindicales, lo que obstaculiza su capacidad de contribuir al desarrollo económico.
Si tomamos el monto ajustado por inflación para ser un «nuevo millonario» en 2024, equivalente a u$s7.938.218, un argentino necesitaría reunir aproximadamente $9.605.244.524 al tipo de cambio paralelo de $1.200. Esta misma inflación que destruye el poder adquisitivo también erosiona las bases de los mínimos no imponibles para monotributistas, autónomos, empresas e incluso los llamados «millonarios», dificultando aún más la acumulación de capital y perpetuando un sistema que desalienta el progreso económico legítimo.
Un argentino necesitaría reunir $9.605.244.524 al tipo de cambio de 1.200 pesos para ser «millonario»
La acumulación de riqueza en Argentina revela la enorme brecha que separa a los trabajadores promedio de la posibilidad de alcanzar el estatus de millonario. Si tomamos el último dato de la Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables (RIPTE), de $1.146.474 mensuales, y lo anualizamos, un argentino necesitaría 698 años para reunir la suma de $9.605.244.524, el equivalente ajustado a la inflación de lo que significa ser millonario en 2024. Es decir, si pudiera acumular su ingreso a valor constante, alcanzaría ese nivel recién en el año 2722.
Si un trabajador pudiera acumular su ingreso a valor constante, alcanzaría ese nivel en el año 2722
En contraste, en Estados Unidos, un trabajador promedio que percibe un ingreso anual de u$s65.470 necesitaría 121 años para alcanzar el millón de dólares ajustado por inflación. Aunque este lapso también parece significativo, es notablemente más accesible en comparación con el caso argentino. La diferencia no solo radica en los ingresos absolutos, sino también en el contexto económico, donde la estabilidad, la menor carga impositiva y mayores incentivos para el ahorro y la inversión permiten que el sueño de ser millonario sea más alcanzable en otras economías. Esto evidencia cómo las condiciones macroeconómicas y las políticas públicas moldean las posibilidades reales de progreso para los trabajadores de cada país.
Ser «millonario», un concepto devaluado en Argentina
La Argentina no es un país rico porque ha quebrado los mecanismos necesarios para estimular a quienes tienen el potencial de extraer sus riquezas naturales y transformarlas en bienes finales primarios e intermedios, generando así ingresos sostenibles para todos sus habitantes. El concepto de ser millonario se ha devaluado al punto de convertirse en una sombra de lo que alguna vez significó.
¿Qué se puede esperar de un país donde una parte significativa de su población apenas sobrevive con un salario mínimo o menos, atrapada bajo la línea de pobreza? La inversión, motor de la prosperidad, busca preservar o incrementar capital, y para ello requiere trabajadores, bienes de capital y un entorno que facilite el desarrollo económico.
Lamentablemente, el capital no tiene bandera: fluye hacia donde encuentra mayores oportunidades. Cuando este flujo se dirige al exterior, enriquece a otras naciones y a sus poblaciones. Para revertir esta tendencia, Argentina debe crear un entorno que atraiga y retenga capital, incentivando la inversión y la generación de empleo. Solo entonces podremos revertir la pobreza y crear una sociedad más próspera. Tomemos como ejemplo a los millonarios que, con sus inversiones y creación de valor, han logrado sacar a millones de la pobreza en otras latitudes. La Argentina necesita más de ellos, no menos. Solo así podremos aspirar a un futuro más justo y próspero para todos.