Patricio Aguilar solo quiere ir a clases. Este estudiante de agricultura de 23 años votó por Javier Milei el año pasado, pero ahora es testigo directo de los profundos recortes de gasto que está llevando a cabo el presidente en Argentina.
Aunque Aguilar aún respalda su voto —Milei, como prometió, ha bajado la inflación y eliminado los déficits crónicos—, tanto él como sus compañeros de la Universidad de Buenos Aires y de otras instituciones públicas desaprueban cada vez más al economista libertario después de haber apoyado mayoritariamente su candidatura presidencial hace un año.
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Cede la popularidad de Milei entre los universitarios
Milei vilipendia a los docentes mal pagados, acusándolos de adoctrinar a los estudiantes con ideas progresistas. Además, redujo los salarios de los profesores en más de una quinta parte, ajustado a la inflación, hasta el nivel más bajo en al menos una década. Este golpe a los ingresos es aún más doloroso dadas las otras políticas del presidente que han duplicado o incluso triplicado el costo de vida.
Aunque Aguilar no soporta a los predecesores de izquierda de Milei, ni apoya las protestas que han estallado por los recortes, entiende el enojo con el presidente. “Se pasó la rosca con el ajuste, tuvo que haber sido más gradual en ese aspecto”, manifestó Aguilar. “Y se está yendo de las manos por lo visto, por la cantidad de paros”. “Me bajó la imagen positiva que tenía sobre el gobierno”, admite.
Las universidades gratuitas son motivo de orgullo en Argentina. El sistema de educación superior del país ha producido cinco premios Nobel y es la base de su fuerza laboral altamente preparada. Sin embargo, en la actualidad se está quedando atrás en América Latina, después de haber crecido desmesuradamente en las dos últimas décadas. Estudiantes, docentes y autoridades coinciden en que es necesario un cambio, pero la magnitud y la rapidez han tocado la fibra sensible de la sociedad.
Las protestas de los docentes por los salarios ya son tan habituales que estudiantes como Aguilar han perdido al menos una clase a la semana este año. Tampoco está claro si el próximo semestre comenzará en marzo, después de que decenas de profesores de su facultad de agricultura abandonaran el trabajo.
Milei sigue siendo el político más popular de Argentina y está en la cresta de la ola tras un año en el cargo, impulsado por el inminente regreso al poder de su aliado Donald Trump en Estados Unidos. El índice de aprobación del libertario se recuperó el mes pasado a medida que la economía daba señales de vida y la inflación alcanzaba su punto más bajo en casi tres años, según una encuesta de AtlasIntel realizada para Bloomberg News.
Pero bajo las cifras generales se esconde un sorpresivo cambio. Mientras Milei ridiculiza al personal docente y a los académicos llamándolos “la casta” —el término que utiliza para referirse a la corrupción política y el elitismo—, más del 60% de los argentinos con educación universitaria o superior ahora dicen que lo desaprueban, el mayor porcentaje de cualquier nivel educacional.
La cifra contrasta con el resultado de las elecciones del año pasado, cuando Milei obtuvo un 46% de apoyo entre los votantes con estudios superiores, superando por poco a su oponente peronista, Sergio Massa, según datos de AtlasIntel. El mes pasado, el índice de aprobación de Milei en ese grupo se situaba por debajo del 37%.
“La tensión entre Milei y las universidades es sin duda un factor importante para el descontento entre los votantes con alto nivel educacional”, señaló por correo electrónico Yuri Sanches, jefe de riesgo político de AtlasIntel. “Al mismo tiempo, creo que los índices de desaprobación también pueden estar impulsados por los problemas económicos”.
La motosierra de Milei sobre la educación pública
La educación es solo uno de los objetivos de la motosierra que está utilizando Milei contra el sector público argentino. A principios de año suspendió casi todo el gasto en infraestructura, argumentando que las carreteras y los puentes son un bastión de sobornos. Prometió eliminar a los diplomáticos “parásitos” del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y llevó a las fuerzas de seguridad para que clasificaran el equipaje tras una ola de huelgas de la aerolínea estatal.
Algunos de sus drásticos recortes activaron las alarmas en el Fondo Monetario Internacional, al que Argentina le debe US$44.000 millones. El personal técnico del FMI advirtió a Milei que “para mantener el progreso es necesario mejorar la calidad del ajuste fiscal”, entre otras medidas.
Milei provocó la ira del mundo académico a principios de año, cuando redujo drásticamente el financiamiento federal de las universidades públicas como parte de sus amplios recortes. Las protestas se intensificaron en octubre, cuando Milei vetó un proyecto de ley aprobado por el Congreso que habría aumentado los salarios para compensar la inflación. Cuando los legisladores intentaron anular el veto, el presidente convenció a suficientes diputados para que cambiaran su voto y la Cámara de Diputados no alcanzara la mayoría de dos tercios necesaria para anularlo.
El presidente asegura que solo quiere auditar las universidades públicas, que, según él, son una puerta giratoria de corrupción política a nivel administrativo. Niega que quiera cobrar aranceles —aunque su gobierno tomó medidas para empezar a cobrar a los estudiantes extranjeros— o cerrar universidades. Y sus funcionarios señalan que en octubre subieron los salarios de los docentes un punto por encima de la inflación mensual, pero los sindicatos rechazaron el alza marginal tras meses de fuertes pérdidas.
El secretario de Educación argentino, Carlos Torrendell, culpa a las tácticas de miedo y al alarmismo de los administradores universitarios y los políticos de la caída del índice de aprobación de Milei entre las personas con estudios universitarios este año. En una entrevista, Torrendell esbozó un “problema del adoctrinamiento o de esa fuerte corriente de ideología woke” en las universidades públicas, donde los recursos están mal administrados por funcionarios universitarios motivados políticamente que mantienen “un exceso de docentes”.
Torrendell no llegó a decir que Milei despediría a profesores, sino que no cubrirá los puestos una vez que los docentes jubilen. Reiteró que el gobierno no tiene panes de cobrar aranceles ni cerrar universidades públicas. Según el funcionario, casi 600.000 estudiantes de pregrado no cursan ninguna asignatura, lo que dificulta la elaboración de presupuestos adecuados.
“La dirigencia universitaria —sobre la base de las tres cosas que dije: política partidaria, ideología y lucha de poder, y cuidado por esos recursos— ha planteado una dinámica de confrontación”, sostuvo Torrendell. “Los que muestran los datos es que acá lo que ha habido es un mal gobierno, una pésima gestión del sistema universitario que no gradúa a los alumnos, sobre todo a los alumnos más pobres, y que malgasta un montón de plata en una estructura en donde la gente no aprende”.
Aunque los recortes en el sistema universitario argentino podrían poner en peligro el calibre de su fuerza laboral mientras el gobierno busca inversiones empresariales a largo plazo, está claro que las instituciones educacionales del país se están quedando atrás. Solo el 23% de los estudiantes de las universidades públicas se graduaron a tiempo el año pasado, frente al 27% de hace una década. Alrededor del 54% de los alumnos matriculados continúan sus estudios después del primer año, en contraste con el 63% en el mismo periodo.
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En comparación con sus vecinos, Argentina tiene más estudiantes universitarios por cada 100.000 habitantes que Chile o Brasil, pero menos graduados según la misma métrica, según la Universidad de Belgrano, la institución privada en la que estudió Milei. Al mismo tiempo, los gobiernos peronistas abrieron casi dos docenas de nuevas universidades públicas en las dos últimas décadas, y el número de matriculados subió, pasando de 1,3 millones a 2 millones.
Sin duda, algunos estudiantes de universidades públicas siguen apoyando mayoritariamente a Milei. Franco Namor, de 21 años, que aspira a ser primera generación de universitario, ayuda a dirigir un grupo estudiantil en honor del presidente llamado Somos Libres, y quiere estudiar economía austriaca —la escuela de pensamiento preferida de Milei— cuando termine su licenciatura. Sin embargo, incluso Namor considera que el presidente se volvió “demasiado confrontativo” con los profesores.
“Los profesores no son la casta”, sostuvo Namor. “No estoy a favor de manera tan directa de encasillar en la misma bolsa a todos los profesores y todo el sistema universitario porque hay lugares que con correctos”.
Preocupación por los salarios docentes
A los docentes les esperan más dificultades. En su proyecto de presupuesto para 2025, Milei quiere gastar solo el 0,88% del producto interno bruto en educación a todos los niveles, muy por debajo del promedio del 1,45% de la última década. El Congreso normalmente vota los presupuestos anuales en diciembre, por lo que la cifra final podría cambiar.
Sea cual sea la cifra, los salarios de los profesores —por lejos el mayor gasto del sistema universitario público— no se han recuperado. Según ADIUC, el sindicato que representa a los docentes de la provincia de Córdoba, un profesor titular con 10 años de experiencia en una universidad pública ganaba en octubre el equivalente a US$551 al mes según los tipos de cambio utilizados habitualmente, frente a los US$707 que ganaba justo antes de que Milei asumiera el cargo.
Los recortes de Milei han tenido un duro impacto en Belén Amadeo. Tras 20 años impartiendo clases de opinión pública en la Universidad de Buenos Aires, gana US$850 al mes. No le alcanza para pagar el alquiler, por lo que da clases como profesora adjunta en universidades privadas para complementar sus ingresos. Sin embargo, la UBA sigue siendo su principal empleo, y el recorte salarial la obligó a dejar de ir a restaurantes, al cine, a clases de yoga y a las vacaciones de verano con sus dos hijas adolescentes en el campo argentino. También redujo las actividades musicales y deportivas de sus hijas después del colegio.
Aunque el año pasado votó en blanco, Amadeo apoya el intento de Milei de auditar el sistema universitario, que incluso ella cree que creció demasiado y necesita una reforma. Pero la catedrática se ofende cuando Milei mete a los académicos mal pagados como ella en la misma bolsa que la clase política corrupta que intenta erradicar. En su opinión, el enfoque de “todo o nada” del presidente está arruinando décadas de conocimientos institucionales que hicieron de Argentina un faro mundial de la enseñanza superior.
Amadeo es tajante: aunque le peguen mejor en otra parte, volverá a la Universidad de Buenos Aires por lealtad. “Me pongo la camiseta”, sentencia.
Traducción editada por Paulina Munita