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«Paz, diálogo y reconciliación»: la nueva edición de L’Osservatore Romano sobre la guerra en Ucrania

Paz, diálogo y reconciliación. Estas tres palabras tan necesarias en los tiempos que corren encabezan esta edición semanal del L´Osservatore Romano en español. Las mismas están contenidas en una carta el Papa Francisco envió el 19 de noviembre al nuncio apostólico en el martirizado país, el arzobispo Visvaldas Kulbokas, al cumplirse mil días de agresión militar a gran escala que están sufriendo los ucranianos.

Una mística de ojos abiertos sobre las infelicidades del mundo

En la página tercera de esta edición en español del periódico vaticano se transcribe la homilía del Pontífice durante la misa en la basílica vaticana en la Jornada Mundial de los Pobres. Entre otras consideraciones, el Papa Bergoglio expresó: “Jesús nos invita a tener una mirada más aguda, a tener ojos capaces de leer desde adentro” los acontecimientos de la historia, para descubrir que, incluso en las angustias de nuestro corazón y de nuestro tiempo, hay una esperanza inquebrantable que brilla. Por eso, en esta Jornada Mundial de los Pobres, detengámonos precisamente en estas dos realidades: angustia y esperanza.

Realidades que siempre están combatiendo dentro de nuestro corazón…Jesús nos invita a tener una mirada más aguda, a tener ojos capaces de “leer desde adentro ” los acontecimientos de la historia, para descubrir que, incluso en las angustias de nuestro corazón y de nuestro tiempo, hay una esperanza inquebrantable que brilla. Por eso, en esta Jornada Mundial de los Pobres, detengámonos precisamente en estas dos realidades: angustia y esperanza.

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Si nuestra mirada se limita solo a la narración de los hechos, prevalecerá en nosotros la angustia. De hecho, también hoy vemos el sol oscurecerse y la luna apagarse, vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas que no tienen qué comer, vemos los horrores de la guerra, vemos las muertes inocentes. Frente a esta realidad, corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia. De este modo, nos condenamos a la impotencia; vemos como a nuestro alrededor crece la injusticia que provoca el dolor de los pobres, sin embargo, nos dejamos llevar por la inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que “el mundo es así” y “no hay nada que yo pueda hacer”.

L’Osservatore Romano de esta semana: «Vivir como hermanos no como enemigos»

Así, incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad. Y mientras una parte del mundo está condenada a vivir en los sectores marginales de la historia, al tiempo que crecen las desigualdades y la economía castiga a los más débiles, mientras la sociedad se consagra a la idolatría del dinero, sucede que los pobres y los excluidos no pueden hacer otra cosa que continuar esperando. Jesús nos quiere brindar esperanza. Y lo hace incluso a través de una bella imagen: observen a la higuera —dice—, porque «cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano» (v.28). Del mismo modo, también nosotros estamos llamados a leerlas situaciones de nuestra vida terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca (cf. v. 29). Y se hace cercano con nuestra proximidad cristiana, con nuestra fraternidad cristiana. No se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quién da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado? Somos nosotros, sus discípulos, quienes gracias al Espíritu Santo podemos sembrar esta esperanza en el mundo. Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado”.

Ángelus dominical

Una nueva advertencia contra la guerra que nos «hace inhumanos» e «induce a los pueblos a tolerar crímenes inaceptables» fue expresada por el Papa Francisco en el Ángelus del domingo 17 de noviembre, unido al llamamiento a los gobernantes para que «escuchen el clamor delos pueblos que piden la paz» y a la renovada invitación a rezar por la reconciliación en Ucrania, Palestina, Israel, Líbano, Myanmary Sudán. Asomándose a medio día a la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano, el Pontífice introdujo la oración mariana con los fieles presentes en la plaza de San Pedro y con los que le seguían a través de las redes sociales comentando, como es habitual, el Evangelio del domingo (Mc 13, 24-32). El texto completo de su homilía se encuentra publicado con esta edición.

Audiencia general

Los carismas como dones de Dios que «adquieren un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor» estuvieron en el centro de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia general de la mañana del miércoles 20 de diciembre, en la plaza de San Pedro. Con los fieles presentes y con los que le seguían a través de los medios de comunicación, el Pontífice prosiguió el ciclo de reflexiones sobre el tema «El Espíritu y la Esposa», recordando que también los laicos «tienen sus propios carismas y dones con los que contribuir a la misión de la Iglesia». El texto completo y oficial de esta catequesis semanal se publica en la página 14 de este ejemplar del diario de la Santa Sede.

La carta del Papa Francisco

Querido hermano:

A través de esta carta, que le dirijo como mi representante en la amada y martirizada Ucrania, deseo abrazar a todos sus ciudadanos,donde quiera que se encuentren.

La ocasión mela brinda el cumplimiento de los mil días de agresión militar a gran escala que están sufriendo los ucranianos. Sé bien que ninguna palabra humana es capaz de proteger sus vidas delos bombardeos diarios, ni consolar a quienes lloran a los muertos, ni curar a los heridos, ni repatriar a los niños, ni liberar a los prisioneros,ni mitigar los duros efectos del invierno, ni devolverla justicia y la paz. Y es esta palabra, paz, desgraciadamente olvidada por el mundo de hoy, la que nos gustaría oír resonar en las familias, en los hogares y en las plazas de la querida Ucrania. Lamentablemente, al menos por ahora, no es así. Estas mías, sin embargo, no pretenden ser simples palabras, aunque llenas de solidaridad, sino, como lo he hecho desde el inicio de la invasión de este país, una sentida invocación a Dios, única fuente de vida, de esperanza y de sabiduría, para que convierta los corazones y los haga capaces de iniciar caminos de diálogo, de reconciliación y de concordia.

Sé que cada mañana, a las nueve, con un “minuto de silencio nacional”, los ucranianos recuerdan con dolor las numerosas víctimas causadas por el conflicto, niños y adultos, civiles y soldados, así como prisioneros, que a menudo se encuentran en condiciones deplorables. Meuno a ellos, para que sea más fuerte el grito que se eleva hacia el Cielo, del que viene el socorro:“Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra” (Sal 121). Que el Señor consuele nuestros corazones y fortalezca la esperanza de que, mientras recoge todas las lágrimas derramadas y pide cuentas de ellas, permanece a nuestro lado incluso cuando los esfuerzos humanos parecen infructuosos y las acciones insuficientes.

Con la confianza de que Dios pronunciará la última palabra sobre esta inmensa tragedia, bendigo a todo el pueblo ucraniano, comenzando por los Obispos y los Sacerdotes, con los que usted, querido hermano, ha permanecido al lado de los hijos e hijas de esta Nación a lo largo de todos estos mil días de sufrimiento.

Gi

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