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El legado de Menem

El viaje relámpago de esta semana de Javier Milei para entrevistarse con Donald Trump retoma el incansable péndulo de la histórica relación bilateral entre Argentina y Estados Unidos. Se trata de un curioso y oscilante devenir, que acerca o aleja a ambos países, de acuerdo al carácter ideológico que asume cada presidente argentino. Porque cada gobierno que inicia su gestión en la Casa Rosada se manifiesta proestadounidense o antiestadounidense desde el inicio mismo de su mandato, para proyectar su concepción del mundo, pero sobre todo, para generar la imagen interna de la política local que regirá su destino.

De esta manera, la luz o la sombra de Estados Unidos –depende de cuál es el prisma con el que se observe– se proyectará sobre Argentina de una forma muy contundente y, a la vez, muy diferente cada cuatro años.

“Hoy el mundo es mucho mejor porque soplan vientos de libertad que son muchísimo más fuertes. Un verdadero milagro y prueba fehaciente de que las fuerzas del cielo están de nuestro lado”, dijo Milei en la cena de gala que organizó Trump en su mansión de Mar-a-Lago. Y para enfatizar el lazo afectivo que pretende darle a la nueva relación con Estados Unidos, Milei citó el Martín Fierro, de José Hernández: “Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera porque, si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”.

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Pero la hermandad no siempre fue tan amena. Fue la diplomacia de la Generación del 80, cuya figura más trascendente fue Julio Argentino Roca, la que enfrentó a Washington en las Cumbre Panamericanas de las últimas décadas del Siglo XIX y primeras del Siglo XX. Luego sería la diplomacia de Hipólito Yrigoyen la que plantearía un nuevo desafío a Estados Unidos cuando se opuso a la presión norteamericana de participar de la Primera Guerra Mundial.

Y, más tarde, será la diplomacia de Perón la que terminaría de instalar el mayor encono hacia la injerencia de la Casa Blanca en los asuntos americanos, con aquella famosa síntesis del “Braden o Perón”. El embajador estadounidense Spruile Braden señalaba los nexos entre el peronismo y el nazismo pero su declarada oposición a Perón terminó beneficiando al caudillo militar, que hizo del antiamericanismo y del intervencionismo norteamericano su principal bandera nacionalista.

Perón cuestionó la influencia norteamericana en la región, pero no pudo disimular el cada vez más creciente peso que Estados Unidos fue cosechando en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, cada gobierno argentino que aspira a llegar al poder plantea su política exterior mirando a la Casa Blanca. En ese esquema, han surgido gobiernos proamericanos, generalmente, los conservadores o neoliberales, y gobiernos antiamericanos, generalmente, los nacionales y populares.

El caso más paradigmático se produjo en los 90, cuando en medio del Consenso de Washington la política exterior argentina empujó a América Latina a la cabaña del Tío Sam. Un modelo de inserción internacional denominado de “realismo periférico”, para la discusión académica, o de “relaciones carnales”, en forma más explícita. El autor intelectual de ese seguimiento acrítico de la hegemonía de Estados Unidos en un mundo postguerra fría fue Carlos Escudé.

En su ya clásico libro Principios de Realismo Periférico, Escudé postula que los países que no tienen poder deben conformarse con ser meros súbditos de los poderosos. Sigiuendo esa metáfora de realpolitik, Argentina se autopostuló entonces como el principal aliado de Estados Unidos en Latinoamérica. El resultado fue penoso porque cuando “el mejor alumno” del neoliberalismo solicitó ayuda para enfrentar la peor crisis de su historia, ningún salvataje se hizo presente y el estallido de 2001 fue catastrófico.

Milei retoma el realismo periférico y las relaciones carnales de Menem.

Luego fue el turno del kirchnerismo, que desarmó ese esquema de posicionamiento internacional y dibujó una estrategia de confrontación antiestadounidense, apoyada en Hugo Chávez en Venezuela y Lula en Brasil. La Patria Grande que le ponía un freno a Estados Unidos se ufanó en esa argentina de los Kirchner. Pero después llegó el macrismo, que le permitió a Estados Unidos rebalancear el poder regional, que había encontrado un freno en el Eje Bolivariano. Los años de Alberto fueron tan solo un interregno, en todo sentido, claro está.

Milei viene ahora a relanzar las relaciones carnales con Trump. La autoría de esa alegoría también guarda una historia de desencuentros, que el ex canciller Guido Di Tella oportunamente se ocupó de revelar. “La prensa me criticaba porque yo había dicho que la relaciones con los Estados Unidos tenían que ser muy cordiales porque así convenía a nuestros intereses. Mi aclaración posterior la estoy padeciendo hasta hoy, cuando dije que las relaciones con los Estados Unidos no debían ser platónicas, sino carnales. La ventaja que tuvo, aparte de las bromas que tuve que soportar, fue que mucha gente entendió que las relaciones con los Estados Unidos son lo que son: muy importantes”, confesó Di Tella en un reportaje publicado años más tarde por Página 12.

—¿A usted también le tocó explicar lo de las relaciones carnales en los Estados Unidos? —preguntó al ex canciller el diario que, junto a la revista Noticias, fueron los medios más críticos del menemismo.

—Fue gracioso. Estábamos en Washington dando una conferencia de prensa con Madeleine Albright. Me preguntan por lo de las relaciones carnales y Albright se sobresaltó. Dijo: “Hay un error de traducción, no puede ser lo que estoy escuchando”. Y me miró asombrada. Entonces yo me acerqué y, por lo bajo, le dije: “Madeleine, la traducción es correcta. Después te explico”. Más tarde le expliqué y ella se mató de risa.

A muchos argentinos, en cambio, no les causa gracia recordar esa escena que sintetiza el mayor legado de Menem. Un legado que que ahora retoma Milei de la mano del Martín Fierro.

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