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Todo lo que se encierra y se muestra en un beso

Del beso de Cristóbal Colón a la tierra en 1942 al beso que se dieron Britney Spear y Madonna; del de Batman y Robin en las acuarelas del pintor Mark Chamberlain, una imagen que se volvió viral, a la icónica pintura de Gustav Klimt; del primer registro arqueológico, grabado en una tabla de arcilla, en el sur de Asia en 2500 a. C. –de las primeras sociedades de la Mesopotamia– en el que se ven dos personas trenzadas en un abrazo, a los labios de silicona que se anexan al celular, como un caparazón que permite dar besos a distancia. Besos de película, militantes, poéticos, orgiásticos. En Museo del Beso (Reservoir Books), que se acaba de publicar, el escritor y poeta Matías Moscardi y el dramaturgo Andrés Gallina proponen un recorrido por la historia del arte de besar, de la antigüedad a la era digital. El libro se presenta como un museo, con salas en lugar de capítulos, donde se albergan y exhiben besos de todas las épocas pero no incluye imágenes: se cuenta y pinta con palabras.

“Todo empezó con una nota que Mati escribió para el blog de Eterna Cadencia y a mí me gustó mucho. Era un ensayito breve sobre besos en la literatura. Ahí aparecía el asombro ante una especie de desbalance simbólico: la proliferación de besos en el cine, la pintura y la escultura, por un lado, y la escasa presencia del beso por escrito, del beso en la literatura”, cuenta a Página 12 Andrés Gallina. Entonces le propuso a Moscardi escribir sobre besos, “para hacer pasar la experiencia del beso por la escritura”. Así, empezaron a armar un catálogo provisorio de besos, completamente aleatorio, con los que se les venían a la mente. Pensaron que un libro sobre besos tiene que generar ganas de besar. “Había que erotizar el ensayo, prenderle mecha a la crítica. Así empezaron a aparecer híbridos poéticos, crónicas de chapes icónicos, entrelazadas con análisis filosóficos, estéticos, culturales, políticos, psicoanalíticos, de todo ese material súper poliédrico que traíamos al libro. Así se nos armó la idea de un museo con sus galerías y proyectos”, apunta Gallina.

Moscardi vive en Mar del Plata. Es escritor, poeta, traductor e investigador de Conicet y además, doctor en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde trabaja como docente a cargo de la materia Taller de oralidad y escritura.

Gallina nació en Miramar pero vive en Buenos Aires. Es dramaturgo, doctor en Historia y Teoría de las Artes y docente de Historia del Teatro en la UBA. Dirige junto con Eugenia Pérez Tomas, la editorial de diarios íntimos Bosque Energético. Juntos ya habían publicado Guía maravillosa de la Costa Atlántica (Sudamericana, 2022) y Diccionario de separación. De amor a zombie (Eterna Cadencia Editora, 2016).

En el libro, su beso atraviesa el tiempo. “Nos seducía la idea del anacronismo que la omnipresencia del beso habilitaba casi de manera obligada: ver qué pasa cuando ponés a Colón al lado de McCaulay Culkin, Maddona y Maradona, Catulo y Spiderman, Marina Abramović y Magritte, Munch y un vampiro”, señala Moscardi. El Museo del Beso está hecho de saltos abruptos, de una temporalidad que no busca la linealidad sino el montaje heterogéneo, el contraste de tiempos, los contrapuntos. “¿Un beso no es un poco eso, un contrapunto? Hay algo en la organización del libro que me remite a la estructura del beso: al desfasaje, al destiempo, al desplazamiento. Esto le permite al lector cotejar, comparar, sacar sus propias conclusiones en cuanto a los sentidos culturales e históricos del beso. Para eso, la base fue, como siempre, el recurso de la poesía. Además de un libro de ensayos, nos gusta pensarlo como un largo poema sobre los besos”, agrega Moscardi, en diálogo con Página 12.

En cada sala de El Museo. el beso pasa por todos los estados y todos los géneros: hay besos amorosos y besos horrorosos, besos naif y besos políticos, besos calientes y fríos, besos de novela rosa y besos de ciencia ficción, besos que son thrillers de suspenso y besos que son golpes de comedia, besos melancólicos y besos punks cargados de euforia. “Escribiendo sobre el beso también estábamos escribiendo sobre política, tecnología, arte, filosofía y literatura. Eso nos gusta: que el tema del libro sea un vórtex de atracción magnética en el que confluyan elementos completamente disimiles. De hecho, hay un tema de PJ Harvey al lado de un poema de Propercio, un poema de Marina Mariasch al lado de un dato antropológico. Los besos son como los micelios en la naturaleza: unos honguitos invisibles que todo lo unen”, dice Gallina.

–¿Cuál es el beso que a cada uno les gustó o conmovió más?

Matías: Yo soy fanático del beso que aparece al final de Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola. Me gusta porque el beso viene acompañado de un secreto que Bill Murray le susurra en el oído a Scarlett Johansson y que el espectador no puede escuchar. Es como si, a pesar de la evidencia de los labios que se sellan, todo beso guardara una especie de secreto que nadie jamás podrá escuchar. ¿El labio sellado no remite a eso, a cierto silencio? Incluso a pesar de que todo beso tiene su banda sonora, su ecualización. Hay algo enigmático, que el beso no termina nunca de decir. Bien mirado, el beso es a la vez la cosa más común del mundo y una práctica completamente extraña.

Andrés: A mí me encantan los besos futboleros. En el libro, el algoritmo generador aparece con el beso entre Maradona y Cannigia en la Bombonera en 1996. La escena es genial porque el grito de gol suele aparecer como el tope del éxtasis futbolero, pero acá no. A Diego no le alcanza con el grito de gol y le termina morfando la boca a Caniggia. Hay algo ahí que el beso puede y el grito no. Un beso que además fue bastante perturbador para las lógicas heteronormadas del fútbol masculino. Las cámaras captan la electricidad extraña de la escena: la Claudia que aplaude, Mariana Nannis que se ofende, el relato sacado de Marcelo Araujo, Diego que cierra los ojos para concentrarse en sus labios que impactan sobre los labios finitos de Claudio Paul. Este beso inaugura una serie de besos futboleros que el libro menciona.

Cuentan que escribieron Museo del beso como los anteriores libros que publicaron: por WhatsApp. Se mandan audios. Cada uno hace su recorrido. Se pasan libros, películas, links, notas. Todo lo que van encontrando va a parar a ese chat. Después desmalezan, podan, ordenan “No se trata de la intención del especialista, sino de una curiosidad infantil que nos agarra cuando estamos escribiendo. En nuestros libros queremos siempre retener ese asombro inicial ante algo. Lo mismo pasaba en el libro anterior: Guía maravillosa de la costa atlántica, donde el plan fue mirar nuestra costa argentina por primera vez, como extraterrestres”, dice Gallina.

No vieron cara a cara ninguno de los cuadros que describen. Ante esa imposibilidad, el libro recrea ficcionalmente una proximidad: cómo sería ver de cerca esos besos. “El lenguaje cargado de erotismo busca de alguna manera saldar una distancia, acercarte al oído el beso en una escultura o en una pintura. Por eso el libro no incluye imágenes. Fue una decisión deliberada. Queríamos que solo haya palabras, un museo de palabras, que las palabras fueran las encargadas de movilizar los besos, e idealmente: que las palabras besaran”, apunta Moscardi.

–¿Qué beso ha sido el más revolucionario de la historia?

Andrés: El beso tiene su propia potencia revolucionaria. En principio, por la cantidad infinita de sentidos que activa. Nos interesa pensar la dimensión política del beso, sus impactos culturales, las prohibiciones de Margaride que, entre la década del 60 y el 70, presidió la Liga de la Moralidad, controlando, entre otros asuntos, que se cumpliere la ordenanza que prohibía los besos en público; las censuras en el cine, en los bares, como el caso de Belén Arena y su novia en el bar La Biela. La organización entonces de “El besazo” como respuesta… Quizás la escena más significativa sea la de Cinema Paradiso, en la que los besos censurados son recuperados, regresan todos juntos, unos atrás de otros, con el vértigo de una balada punk en blanco y negro.

En el libro aparecen descripciones de máquinas de chapar que existen en la realidad, celulares que tienen implantes de silicona y permiten besar a la distancia, cosas de ese tipo. “Hay algo paradojal en estos dispositivos, son máquinas que existen en función de algo que no pueden hacer: besar. Se trata de una ortopedia o una sustitución imposible o incluso monstruosa. Tienen algo ominoso. Aunque también algo melancólico: parecen un espejo de la soledad de la época”, dice Moscardi.

Los autores no emiten un posicionamiento en relación a los desarrollos tecnológicos para besar. Les interesa más abrir preguntas: “¿El beso es el gran desafío de la tecnología cibernética? ¿Concretar el beso sería alcanzar, en un solo movimiento, el deseo y la inteligencia, el placer y el pensamiento, la humanidad y la autonomía? ¿Por qué nos resulta tan difícil imaginar un beso de código? ¿La lágrima, el orgasmo, el beso, son los mayores signos emocionales de la humanidad? ¿Una máquina puede aspirar, solo, a la pantomima del beso? ¿El que tiene boca se equivoca? ¿No será el beso la celebración misma de las imperfecciones, el más hermoso de todos los errores en el software de la especie?”

Muchos de los besos que aparecen en El Museo … se han vuelto virales. “Como el de Queer Batman de Mark Chamberlain, en el que Batman y Robin aparecen chapando recalientes y que genera una demanda ridícula de la compañía DC Comics”, recuerda Moscardi. O el beso de lengua de los Nirvana entre Dave Grohl y Krist Novoselic en los MTV Awards de 1993. “Ese beso fue un mensaje para los rednecks, para los homófobos y para bandas como Guns & Roses, que en sus videos musicales aparecen rodeados de chicas en bikini. En su tercer disco, de nombre Incesticide, Cobain escribe una carta a sus fans que termina así: ‘Si alguno de ustedes, de alguna manera, odia a los homosexuales, a las personas de diferente color, o a las mujeres, háganos este favor: no compren nuestros discos y no vengan a nuestros shows’. Ese beso entre Novoselic y Grohl es un poco la carta de Cobain en forma de beso”, dice Gallina.

¿Podríamos pensar la historia de la humanidad sin besos? “Es casi como pensar una historia sin tacto, sin roces. Pensamos que el beso está por todos lados, se inmiscuye en cada intersticio de la historia. A tal punto que pensar un Museo del Beso en términos reales podría ser un proyecto colosal imposible, más difícil que imprimir internet en papel”, señala Moscardi. Y Gallina añade: “En un momento decimos que todo beso ‘es siempre una multitud, una ciudad, un pueblo’. El beso es, básicamente, acercamiento, proximidad, unión, entrelazamiento. En esta época, en donde las cosas tienden a disgregarse en un individualismo disolvente, pensamos en un libro que aborde el beso como una potencia estética, afectiva y política. Por eso intentamos escribir este libro que es un poco un manifiesto sobre la piel, el contacto, los labios”.

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