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Ser madre a los 15 años: El bebé lloraba en una esquina de la cama y yo lloraba en la otra

Delgada, pequeña, con 15 años, Victoria se recostó sobre la camilla de la sala de ecografías del hospital, sintió el gel frío en la panza y en un segundo la pantalla mostró “un bebé entero”.

—Estás de cinco meses y es un nene— lanzó la médica.

Sofía abrió sus ojos grandes todavía más grandes, pero los cerró cuando su madre pegó un grito y dijo que era imposible, que su hija no tenía panza. “Me quiero morir”, dijo, como si la vida se terminara allí mismo. Victoria lo creyó. Lo creyó a pesar de que luego su mamá le aseguró que estaría a su lado siempre, lo creyó porque el tercer año de secundaria que iba a comenzar, no lo comenzó, y porque tiempo después, en la pieza que alquilaba con su madre en una pensión de Constitución, ella veía a su bebé y pensaba “se me está yendo la vida”.

Victoria cuenta su historia a LA NACION ya con 18 años, un mediodía de marzo en la sala de un jardín maternal para hijos de mamás y papás adolescentes, tal como dice el cartel que da a la calle, debajo del nombre Jakairá, en Chacarita.

Lo que ella sintió en el momento de la ecografía no es muy diferente a lo que relatan algunas de las chicas que también van a ese edificio antiguo de un piso, de techos altos, donde el sol entra a pleno por las ventanas y las risas y voces de los pequeños hijos suben desde un patio con árboles, casitas de juguete y toboganes en planta baja.

Victoria habla con LA NACION sobre su historia y su maternidadRicardo Pristupluk

El embarazo como causa de abandono escolar

Esa realidad que enfrentó y enfrenta Victoria y sus compañeras está reflejada en un informe de la Fundación Kaleidos al que accedió en exclusiva LA NACION y que será presentado el 12 de marzo: expone que un 30% de las mujeres de entre 15 y 29 años abandonó la escuela por embarazo o maternidad.

Y son las adolescentes las que se encuentran con menos oportunidades para retomar los estudios ante un embarazo no intencional, sea por la situación económica de su grupo familiar al que se suma el bebé, por contextos de violencia o porque deben salir a trabajar o estar ellas solas al cuidado de sus hijos.

De cada 10 adolescentes que asistían embarazadas a la escuela, 6 quedaron fuera de las aulas, detalla el informe de acuerdo con datos de Unicef de 2021.

Otros datos ponen más luz a las realidades de las adolescentes: 7 de cada 10 embarazos de chicas de entre 15 y 19 años en la Argentina no han sido intencionales, según las cifras recabadas por el Plan Nacional de Prevención y Reducción del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (Plan ENIA). En niñas menores de 15 años, el número de embarazos se eleva a 8 de cada 10, la mayoría como consecuencia de abusos y violencia sexual.

Se habla de embarazo no intencional desde las políticas públicas a partir del Plan ENIA porque no es una cuestión del deseo o de la planificación de las chicas”, explica Ricardo Gorodisch, presidente de la Fundación Kaleidos, y sigue: “La pérdida de la escolaridad es una consecuencia de la maternidad. Entonces la pregunta es qué hacer porque la gran inequidad de género pone en mayor riesgo a las mujeres”.

Cuando los datos se cruzan con los niveles socioeconómicos de las adolescentes, esa inequidad se acentúa. Una encuesta de Unicef demuestra que las chicas de entre 15 y 19 años que pertenecen a sectores económicamente más desfavorecidos han tenido mayores probabilidades de quedar embarazadas o de convertirse en madres tempranamente.

Muchas de las chicas que asisten al jardín de Jakairá, que es un programa de Fundación Kaleidos y Children Action de Suiza, son madres “tempranas”: tienen entre 12 y 19 años, algunas viven en hogares, otras con sus familias, pocas con sus parejas o solas con sus niñas o niños. Allí se les da, entre diferentes talleres, apoyo escolar para que sigan sus estudios.

En una de las salas, Victoria, que nació en Venezuela y llegó al país con su madre para buscar un futuro mejor, se encuentra con las mamás más grandes, Camila de 21, Florencia de 22 y Belén de 20. Toman mate alrededor de una mesa mientras los voluntarios que trabajan en Jakairá las ayudan a actualizar sus currículums para la búsqueda de trabajo.

Camila, Florencia, Victoria y Belén charlan y toman mate mientras esperan la hora para salir del jardín maternal con sus hijas e hijosRicardo Pristupluk

“Ser madre no es lo que dicen que es, es duro. Cuando nacen decís ´no voy a estar sola nunca más´. ´No me puedo morir´. Y todos te miran con cara de que sos una irresponsable. Te critican amigas, familiares, y esas críticas no son construcitvas, te destruyen”, coinciden las cuatro en voz alta.

“Yo me di cuenta de lo que pasaba recién en el parto. Vi al bebé afuera de mí y me dije ´¿y ahora qué?´. Mi mamá llegaba a la noche de trabajar y los primeros meses de Dany me la pasé encerrada en la habitación de alquiler. El bebé lloraba en una esquina de la cama y yo lloraba en la otra. Sentía que no sabía cómo cuidarlo, ni quién era yo, me sentía nada. Y yo no lo quería a ese bebé. Es horrible, pero era así”, cuenta Victoria.

Cuando las cuatro jóvenes hablan de sus hijos e hijas sonríen a más no poder y muestran los dientes al contar cómo a veces los vecinos o familiares les piden que sus niños no lloren, que no jueguen, que no griten, que no los vistan así, asá, que no.

Victoria asegura que ya no puede vivir sin los «mami, mami» de Dany, su hijoRicardo Pristupluk

¿Funcionaron las políticas públicas?

“Hay que hablar de interrupción de la trayectoria escolar porque las adolescentes se quedan fuera del sistema educativo, no es deserción, no es una decisión, es el resultado de la vulneración de sus derechos, de embarazos no intencionales. Ninguna quiere quedar afuera”, cuenta María Eugenia Galíndez, asistente social y coordinadora del programa Jakairá en Córdoba.

A pesar de que la tasa de fecundidad de las chicas de 15 a 19 años bajó entre 2019 y 2020 de 40,7 a 30,3 nacimientos por cada 1000 adolescentes, y la tasa de fecundidad temprana, es decir, de niñas menores de 15 años, disminuyó de 1,1 a 0,7, las organizaciones como Unicef, Kaleidos y la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) coinciden en que hay mucho trabajo por hacer para bajar esos índices.

Y es que en la explicación de ese fenómeno de descenso de la fecundidad está la clave para que las chicas puedan elegir su presente y futuro y seguir sus trayectorias de vida en la escuela, explican.

Las cifras de fecundidad adolescente bajaron por la actividad del Plan ENIA”, asegura a LA NACION Mabel Bianco, presidenta de Feim, y explica cómo funciona: “Se basa en que un funcionario visita un grupo de escuelas y habla con los alumnos acerca de qué les ofrece el centro de salud, les explica cómo tener relaciones sexuales con protección, cómo cuidarse del ViH Sida… Esto permitió que los y las adolescentes se animaran a ir al centro de salud y canalizar sus dudas”, resume Bianco.

“El Plan ENIA comenzó en la gestión de Mauricio Macri y continuó en la de Alberto Fernández. Las evaluaciones determinan que funcionaron muy bien”, explica Gorodisch. El ENIA nació vinculando al Ministerio de Salud y el Ministerio de Educación y una de sus herramientas claves es la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas.

Los objetivos de Jakairá en uno de los pizarrones del jardín maternalRicardo Pristupluk

Así, dice que desde 2014 el acceso a métodos anticonceptivos de larga duración y el ENIA desde 2017 ayudaron a bajar los embarazos no intencionales. En cuanto a la ley de interrupción voluntaria del embarazo, aún no hay cifras para determinar su incidencia.

“También los grandes cambios sociales, a partir de los movimientos feministas hicieron que culturalmente la maternidad deje de ser una imposición”, explica Gorodisch.

Victoria y sus compañeras hablan de lo que sintieron al saber que estaban embarazadas, del miedo al abandono de su familia, a decepcionar, lo difícil de volver al aula siendo madres, la presión de salir a trabajar. “No es fácil conseguir trabajo”, dice Belén, que trabaja de niñera de sus sobrinas y ahora quiere entrar al CBC para estudiar Bioquímica en la UBA.

“Creen que como somos adolescentes piensan que no podemos tener opinión, tener un trabajo, querer estudiar. Pero nosotras, que tenemos a los bebés pegados todo el día somos las que maduramos más rápido”, dice Victoria, con la voz firme.

Los informes de las organizaciones reflejan la preocupación del grupo. De las chicas que cursan un embarazo o son madres, el 38% termina la secundaria, el 3% accede a educación terciaria y el 1% va a la universidad, según un estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas, que además ofrece un dato revelador: durante 2019, 140 millones de dólares que podrían haberse invertido en prevención del embarazo adolescente, se destinaron a la atención de sus embarazos.

Romper el aislamiento social

Victoria hoy sabe quién es, así como dice que no puede vivir sin los “mami, mami” de su hijo Dany. Cuenta que llegó a eso después de un proceso que comenzó cuando fue a vacunar a su bebé a un centro de salud, una empleada le preguntó la edad y le indicó que podía dejar al niño en el jardín maternal Jakairá.

“Conocí a chicas que pasaban por lo mismo que yo, los profesionales que trabajan acá me ayudaron mucho a confiar en mí, a cuidar a Dany, a conseguir trabajo, ahora empiezo un curso de inglés”, cuenta.

Victoria hoy tiene un trabajo en la oficina de una pinturería, se independizó de su madre y vive con su hijo en un departamento que alquila en Constitución. Minutos antes de la charla con LA NACION, la ayudaron a ella y algunas de sus amigas madres a inscribirse en Adultos 2000, un programa de educación gratuito y a distancia de la Ciudad para terminar obtener el título de Bachiller.

Los cochecitos a la espera de los niños y las niñasRicardo Pristupluk

La red organizaciones políticas públicas funcionó. Es por eso que para Gorodisch y el resto de los especialistas consultados es clave ahondar en la prevención del embarazo adolescente y continuar con las herramientas que se ofrecen desde las organizaciones civiles y el Estado para “romper el aislamiento social de muchas adolescentes y que puedan seguir estudiando”.

“Para sostener la escolaridad hay tres aspectos, primero es un acompañamiento directo con los padres y madres y profesionales del colegio. También la ESI para que los adolescentes puedan hablar con consejeros sobre educación sexual, violencias, y evitar el trabajo infantil y reforzar las redes de cuidados de los hijos e hijas que existen en jardines maternales”, indica.

Son más de las 13, el silencio se escucha en el jardín maternal y Victoria y sus tres amigas se disponen a buscar a sus hijos. Dos de ellas van a sus trabajos. “Las mamás más chicas no hablan mucho todavía. Pero ellas van a ver que acá estamos para ayudarnos. Merecemos oportunidades”, comenta Victoria, con su cara de nena y el semblante de una adulta.

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