Elon Musk, reconocido por ser uno de los individuos más destacados de nuestro tiempo, ha alcanzado la fama no solo por ser frecuentemente el más rico del mundo, sino también por su papel crucial en la fundación de empresas como PayPal, SpaceX, Neuralink y OpenAI, así como por su liderazgo en Tesla. Se ha convertido en un verdadero influenciador, especialmente en redes sociales como X, donde sus comentarios pueden provocar cambios significativos en los mercados financieros.
Pero, a diferencia de lo que podría esperarse de este gurú, Musk no tiene Facebook ni Instagram. Sí, así como lo están leyendo. Al ser consultado sobre el motivo por el cual no se encontraba en estas redes, dijo en 2018: “(En las redes) La gente parece tener una vida mejor que la que realmente tienen. Suben fotos de cuando están muy felices y las modifican para parecer más guapos (…) Cuando, en realidad, muchos están deprimidos. Están muy tristes”.
Musk nos invita nuevamente a pensar sobre el impacto de la tecnología en nuestra felicidad. Nos preguntamos si realmente nos hace más felices o contribuye a nuestra infelicidad… Este tema es especialmente relevante en el contexto de hoy en día plagados de pantallas por todos lados.
El vínculo entre tecnología y bienestar mental ha sido un tema de debate y estudio durante años. Un estudio pionero en 2010 de la Universidad de Leeds reveló que las personas con adicción a internet tenían cinco veces más probabilidades de sufrir depresión.
La evolución de la tecnología móvil es cada día más sorprendente. Hoy en día el número de usuarios de smartphones en el mundo es de aproximadamente 6,92 mil millones, lo que representa el 85,74% de la población mundial. Este número refleja no solo un cambio en la tecnología, sino también en cómo interactuamos con el mundo y entre nosotros, planteando preguntas importantes sobre el efecto de esta omnipresencia tecnológica en nosotros.
En 2006, Gilles Lipovetsky publicó un ensayo titulado La felicidad paradójica. En él, desarrolla la idea de que el ser humano de nuestra época, a diferencia de lo que sucedía con generaciones anteriores, no solo busca bienestar material, sino también “confort psíquico, armonía interior y plenitud subjetiva”. No por nada tanto el mindfulness como el arte de vivir han tenido un auge en las últimas décadas. Todos queremos ser felices. ¿Cómo culpar a alguien por desear eso? Pero además, en ese afán, destilamos felicidad impostada. Y las redes sociales son una herramienta más que apta para hacerlo.
En esta era de las redes sociales, constantemente nos bombardean con imágenes de vidas perfectas, aumentando nuestras expectativas sobre lo que significa ser feliz. Estas expectativas elevadas pueden llevar a un mayor esfuerzo por alcanzar una felicidad que es inalcanzable, generando frustración, mucha frustración.
No se trata de que debamos exhibir nuestra infelicidad, inseguridades y preocupaciones al mundo. Sin embargo, es crucial reconocer que la felicidad que a menudo consumimos en las redes sociales puede ser una ilusión que nos lleva a creer erróneamente que todos son felices excepto nosotros. Todos publican fotos del mejor sushi, nadie publica un tomate podrido al fondo de una heladera. Esto muchas veces nos crea sensaciones de aislamiento y descontento.
La gran paradoja radica en que, en nuestra búsqueda constante de la felicidad, entendida como bienestar psíquico y emocional, a veces tomamos decisiones que nos alejan de lo que realmente proporciona ese bienestar.
Es fundamental aceptar una verdad simple: la imperfección es parte de la condición humana. Nadie es perfecto, y esta aceptación puede ser el primer paso hacia una comprensión más saludable y realista de lo que significa la felicidad. En lugar de perseguir una versión idealizada e inalcanzable de la felicidad, deberíamos esforzarnos por encontrar gratitud en nuestras vidas imperfectas, pero ricas y significativas.
*Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.