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Un curso de gramática para La libertad Avanza

¿Cómo se hace para prohibir un punto de vista? ¿y un lenguaje? ¿no podría la prohibición de algunas palabras desencadenar un efecto contraproducente? Cuándo algunos periodistas celebran que se sancione el uso del término “capitana” ¿no saben que lo reconoce hasta la RAE? La batalla de La Libertad Avanza contra lo que llama “lenguaje inclusivo” se inscribe en un espíritu profundamente reactivo a un modo de mirar el mundo teniendo en cuenta las desigualdades por motivos de género.

“Consideramos que las perspectivas de género se utilizaron también como un negocio de la política”, dijo el vocero presidencial Manuel Adorni durante su anuncio de la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en la administración pública. Lo dio a conocer un día después de que el ministro de defensa Luis Petri hiciera lo propio para las Fuerzas Armadas y todas las áreas que dependen de ese organismo.

La promesa (o amenaza) no es original, es una marca distintiva de las nuevas derechas. Pero además se sustenta en lo que, en el mejor de los casos, son errores y en el peor, son una distorsión adrede de la realidad para exaltar emociones políticas. En definitiva, posverdad. Ya no importan ni los números, ni los datos, sino lo que rinda para los aplaudidores. El dibujo producido con inteligencia artificial compartido pocos días antes por el presidente en sus redes (ese del león que ruge y destroza una pared que dice “Inadi”) decreta el fin de la metáfora.

Chiquitaje de vida o muerte

La agenda de género tiene un lugar privilegiado en los discursos de las derechas radicales de todo el mundo. Y en ese punto también el libertarismo argentino se alinea con gobiernos como los de Trump, Bolsonaro, Meloni. Es la construcción de un enemigo entre nos. Alguien a quien culpar para desviar la discusión. Porque si vamos a admitir que el capitalismo es más salvaje que nunca, y las vidas, cada día más precarias, que a nadie se le ocurra preguntar por el papel de los sectores concentrados de la economía y los capitales financieros.

“Aplaudidores” en masculino. Porque su audiencia más intensa, como se vio el viernes por la noche en el Congreso, son “adolescentones”. No es prejuicio, sino dato duro. Como señala Micaela Cuesta de Laboratorio, coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos de la UNSAM: “La mayoría de sus votantes se compone de jóvenes varones que no han visto con buenos ojos y no se han sabido reubicar luego del cimbronazo de la última ola feminista. En vez de ver en esos cambios un proceso de emancipación de las mujeres, lo miran desde una posición de inseguridad, desventaja, lamento por la pérdida de un privilegio”.

Atacar instituciones como el Inadi, contribuye «a la confusión que hace creer que la agenda de género es una agenda no vinculada a la agenda económica«, dice Cuesta. Como si la pobreza no estuviera feminizada, como si las violencias no estuvieran entrelazadas. «Consideran al Inadi, a la Ley Micaela o el aborto como cosas superficiales frente a cosas realmente importantes como las injusticias económicas». Lo que no se advierte, según Cuesta, es que muchas de las injusticias de género son la base de injusticias económicas, están entrelazadas. Y en ese “chiquitaje” se habrían despilfarrado partidas presupuestarias. Por eso Adorni describe a la perspectiva de género como un “negocio más de la política”.

En una coyuntura de crisis se vuelve una idea coherente la de cortar gastos que aparecen como superfluos “pero en realidad se trata de ‘gastos’ en los que se ven afectados la vida y la muerte de personas. Si la vida y la muerte de las personas se vuelve algo superfluo, lo que está en crisis es un orden democrático y un orden ético y político”.

¿Lenguaje inclusivo o intruso?

Uno de los problemas de prohibir el lenguaje inclusivo es que se quiere sancionar el uso de algo que el gobierno no sabe qué es. Por un lado, se dice que se prohíbe recurrir a la «e» o la «x» para reemplazar la marcación de género. Pero también se dice que se prohíbe el uso del femenino en palabras como «generala», «sargenta», «soldada». Sin embargo, ninguno de esos ejemplos se enmarca dentro del llamado lenguaje inclusivo. También se desconoce que la RAE ya incluyó por ejemplo “tenienta”, “capitana” y “marinera”. 

Según explica Santiago Kalinowski (director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y filológicas de la Academia Argentina de Letras), el español es una lengua en la que, en general, las palabras tienen algún tipo de marca que indique si se trata de una palabra masculina o femenina. Una de las características del lenguaje es la evolución histórica y una de las formas de esa evolución es la incorporación de variantes femeninas cuando el contexto lo vuelve necesario.

Dicho con un ejemplo: la palabra “médica” se incluyó en el diccionario de la RAE en 1899, casi 190 años después de su fundación. Una palabra circula cuando se usa, en este caso, porque las mujeres empezaron a desempeñar esas tareas. Y entonces la RAE la incorpora.

Se trata de un proceso involuntario, no es que una camada de Colegio Nacional Buenos Aires lo promueva. En 1832 se incluyó la palabra «profesora». En 1925, «candidata». En 1956, «funcionaria». En 1970, «arquitecta». En 2001, «magistrada». Nada de esto es lenguaje inclusivo. También sucede al revés, se incorporó “modisto” en 1927.

Como señala Santiago Kalinowski, la diferencia que LLA parece no comprender es que una cosa es el lenguaje inclusivo (la incorporación de una “e”, una “x” o una “@” para indicar indeterminación del género de esa palabra) y otra es el fenómeno léxico, histórico, que se da cuando a las palabras les suceden cosas de acuerdo al referente que tiene.

Si hay una palabra que se refiere a un rol que es cumplido abrumadoramente por hombres, esa palabra que antes servía tanto para hombres como mujeres se termina masculinizando. “Como ‘cliente’ y ‘presidente’, que se convirtieron en masculinas. Intuitivamente, más adelante, los hablantes necesitaron usar ‘presidenta’ y ‘clienta’. Hoy, decir ‘la presidente’ es un error de concordancia. Igual que decir ‘la cliente’. La gente lo hace por hipercorrección o por cuestiones ideológicas, pero es un error”.

Presidenta no, sirvienta sí

El lenguaje inclusivo es otra cosa y «no pretende cambiar la gramática sino poner la atención en la desigualdad de género en la sociedad”, dice Kalinowski. Redactar y distribuir manuales con sugerencias para llevar esto adelante no es lo mismo que imponerlo. Si se tiene en cuenta que su uso nunca fue una obligación sino una opción, el encorsetamiento que dicen sentir sus detractores podría estar sugiriendo otras cosas.

Asi lo explica Kalinowski: “Una cosa es la incorporación de un femenino diferenciado por transformación del referente en la historia y otra es el fenómeno de intervención por fuera del sistema lingüístico que se asocia con incluir la ‘e‘. Es una diferencia compleja de entender… ¡pero tampoco imposible! Pero en estos discursos el primer objetivo es crear un mensaje que excite a determinadas audiencias. La verdad y la razonabilidad se convierten en algo secundario”. «No importa si la palabra presidenta o generala ya están en el diccionario desde el siglo XIX. Importa lograr que un grupo sienta que está ganando una discusión”, dice.

Allá por 2019, en debates sobre la irrupción del lenguaje inclusivo se solía escuchar muy seguido un argumento de la escritora Claudia Piñero: a la mayoría de las personas que se escandalizaban con la feminización de la palabra “presidente” no se les ocurría ponerse tan estrictos gramaticalmente hablando con la palabra “sirvienta”. Otro escritor, Carlos Busquet, que desde el más allá sigue teniendo reflexiones graciosas y creativas para todos los temas, alguna vez tuiteó que “el lenguaje es sabio” y contiene sus propios colmos: “la palabra ‘sorete’ ya viene en inclusivo”.

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