Durante décadas, la casa que vamos a visitar –a escasos kilómetros del aeropuerto de Salta– le perteneció a la familia Juncosa. Saltó a la fama cuando la estrella de Hollywood Robert Duvall decidió comprarla junto con su mujer, Luciana Pedraza, para tener su base en el país y también transformar sus siete habitaciones en un hotel boutique que bautizaron House of Jasmines.
La construcción centenaria con vista libre a los cerros, su añosa arboleda y su innegable atractivo colonial convencieron a Stéphanie y Raoul Fenestraz de comprársela a la pareja en 2007 para sumarla a la red de pequeños grandes hoteles de la familia de él. Con esa experiencia, no tardaron en hacerla entrar en ese exclusivo club que es Relais & Châteaux, organismo que agrupa establecimientos con encanto y carácter en sitios de valor histórico donde reinan siempre tanto el servicio impecable como la calma.
Las ceremonias de entrada son importantes, y si en House of Jasmines comienza con 500 metros de arboleda ininterrumpida hasta llegar a la casa principal, allí continúa esa frescura protectora tras gruesas paredes pintadas a la cal, abrazadas por enamoradas del muro.
Después de la galería, la construcción sube al ritmo de sus dos aguas y uno se encuentra en este living de altura imponente, donde domina el blanco. La decoración es austera, y se concreta principalmente con tejidos locales. Por costumbre y por la fuerte presencia de la arquitectura, no hace falta mucho más que muebles cómodos y ajustados a la escala de los ambientes. Las fotos en blanco y negro de Marcos Furer acompañarán en distintos tramos del recorrido.
Vista afuera y vista adentro, un pedido de la época que acá se resolvió de manera simple, amplificando el vidrio repartido de las puertas en el muro lateral, antes ciego. Una de las pocas intervenciones que tuvo la casa, el enorme ventanal es una pantalla panorámica para no perderse nada cuando hace frío.
En las imágenes de arriba, cruce de tiempos: puertas-ventana con falleba, una abertura de vidrio repartido, la ventana con dintel y alféizar, vigas con humana imperfección. El bolseado de las paredes se mantuvo con el tradicional encalado en el exterior, mientras que en los interiores se le dio un tono tierra, más cálido.
Toda casa de campo que se precie tiene una galería, un elemento que podría parecer universal y, sin embargo, fascina a muchos de los extranjeros que visitan House of Jasmines por resultarles una novedad. Es el lugar para empezar la mañana, tomar un café después de almorzar o sentarse a admirar los colores del atardecer.
A distancia prudente de la casa, para que el ruido no moleste a los que descansan y los nadadores tengan su privacidad, la pileta es un nuevo oasis de silencio.
Un sector social más informal
Este living, que está camino al nuevo restaurante (que se puede visitar aun sin estar hospedados en el hotel), repite los tapizados blancos, con mayor levedad aun por el piso de cemento alisado clarito. Sobre la mesa antigua, elegida con precisión por Stéphanie Fenestraz (como todos y cada uno de los objetos del hotel), fotografía de Marcos Furer.
En una de las áreas comunes, un recurso tan fácil como encantador y aquí, por sus medidas, impactante: una mesa de madera con una multitud de macetas de barro.
Cuando las siete habitaciones originales empezaron a quedar cortas, los Fenestraz decidieron ampliar la oferta sin alterar la casa original. Para ello, construyeron dos casitas en las que se reiteró, con éxito, no solo el estilo de la ambientación original, sino también la sensación que provoca.
Tras las puertas, el baño con mueble de obra modelado a mano y luego pintado con epoxi, que le da un acabado fantástico sin alterar la armonía de la puesta clásica con baldosas de barro y araña de bronce. La imagen de abajo refleja la coherencia de la puesta.