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Lobizones y padrinazgo presidencial: una leyenda con fuerza de ley

El diputado nacional Esteban Paulón (Partido Socialista – Santa Fe) presentó un proyecto de ley para terminar con el padrinazgo presidencial para el séptimo hijo varón de una familia. Desde hace más de un siglo rige esa costumbre, en base a la superstición de que el séptimo se convierte en lobo en las noches de luna llena. El debate toma cuerpo al conocerse el nacimiento de un séptimo niño varón en Santa Cruz, que será apadrinado por Javier Milei. 

En rigor, el padrinazgo apuntaba a darle un estatus simbólico al ahijado, ya que la tradición marca que quienes creían en la superchería pensaban seriamente en sacrificar el séptimo niño. Ser ahijado de un presidente confiere un aura de protección, ya no de lo sobrenatural, pero sí ante los supersticiosos. Como si estuviera bien sacrificar a quién no es ni séptimo hijo varón ni ahijado de un jefe de Estado.

Según Paulón, “una sociedad plural y moderna no admite distinciones de ningún tipo”, por lo cual pidió terminar con el «padrinazgo o madrinazgo». En 2009, la entonces titular del Inadi, María José Lubertino, reclamó ese mismo trato para las séptimas hijas mujeres, después de la queja de una mujer en una carta de lectores. Isabel Perón había ampliado el beneficio a las mujeres en 1974, pero la gracia se concede a hijos de familias constituidas, con lo que quedan afuera los hijos de madres solteras.

En 1998, la entonces diputada Elisa Carrió presentó un proyecto de ley para «eliminar de nuestra normativa todo aquello que resulte discriminatorio y falto de significación” y por tratarse de “un privilegio que, lejos, de fundarse en alguna razón de mérito, nace de la superstición de licantropía».

La leyenda del Lobizón

La leyenda del Lobizón viene de la mitología guaraní. Luisón es el séptimo hijo de Tau y Keraná. Se convierte en lobo en las noches y se alimenta de los muertos en los cementerios. Al despuntar el día recupera su forma humana. De allí que en Paraguay también rija el padrinazgo presidencial a los séptimos hijos varones.

En la Argentina, el primer caso se dio en 1907 con José Figueroa Alcorta. El entonces presidente aceptó ser padrino y concurrió al bautismo de José Brost. Los padres del niño, Enrique Brost y Apolonia Holmann, eran alemanes del Volga y estaban radicados en Coronel Pringles. Mandaron una carta a Figueroa Alcorta, que aceptó. En el caso de esta pareja, la influencia no fue la leyenda guaraní, sino la mitología de la Rusia zarista, que además contemplaba a las niñas. Un séptimo hijo podía convertirse en lobo; y una niña, en bruja.

La ley 20.843 reglamentó el padrinazgo presidencial en 1974 y contra esa norma es que propone avanzar Paulón. El padrinazgo, según estipula esa ley, es meramente simbólico y no confiere ningún beneficio (aunque el artículo 1º habla de becas gratuitas para todos los niveles educativos). Lo mismo vale para una norma de 1984 en la provincia de Entre Ríos, que dispone que la esposa del gobernador puede ser madrina por pedido de un interesado. 

Nazareno Cruz y el lobo

Pocos meses después de la sanción de la ley de padrinazgo presidencial, se estrenó en 1975 una de las películas argentinas más exitosas de la historia: Nazareno Cruz y el lobo. Leonardo Favio retomó el asunto del Lobizón en base a un radioteatro de Juan Carlos Chiappe (el creador del personaje de Minguito). Juan José Camero es el protagonista, y Alfredo Alcón personifica al Diablo.

Ahijados presidenciales

El padrinazgo se continúa en cada presidente. Así, además de la «herencia recibida», cada mandatario hereda los ahijados. Hay aproximadamente 600 casos. Raúl Mendoza nació en La Plata con la democracia, el 8 de enero de 1984 y contó con el padrinazgo de un tocayo, Raúl Alfonsín. Otro ahijado homónimo es Néstor Romero Forchino, nacido en La Rioja en 2007. Su padrino iba a ser Néstor Kirchner. El trámite se demoró y, más allá de la continuidad con Cristina Fernández, la ceremonia recién se hizo en 2014.

De entre todos los ahijados presidenciales hubo uno que tuvo trascendencia. Maximiliano Chanchi Estévez fue pieza clave del Racing campeón de 2001. Nació en 1977 y, como séptimo hijo varón, sus padres notificaron a la Casa Rosada, con lo que le tocó ser ahijado de Jorge Rafael Videla

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